La Universidad que era precisa

Francisco Pérez-Puche

Levantó la voz y habló con seguridad:

“La Comunidad Valenciana tiene menos Universidad Politécnica de lo que le corresponde y en justicia se merece”.

A los 43 años, Justo Nieto Nieto estaba siendo investido como rector de la Universidad Politécnica de Valencia. Su discurso fue breve, unos ocho folios de letra grande y clara. Deliberadamente lo había preparado a base de frases cortas a las que pudiera dar una cierta contundencia. Después de referirse a una época de carencias de recursos, y a una institución joven pero capaz ya de desarrollar tecnología de vanguardia, se dispuso a enumerar sus conceptos básicos; elementales, pero cargados con la fuerza de lo evidente.

“El dinero y el esfuerzo que se emplea en el sustento del espíritu, es decir en educación, cultura y ciencia, es el mejor empleado —continuó–. El futuro es tanto más prometedor cuanto más se enfatiza la calidad y la libertad; puesto que país que no investiga y no desarrolla tecnología es un país esclavo. Estos alumnos son fundamentales, imprescindibles, para la transformación y mejora de los sectores productivos de ese producto nacional bruto al que aludíamos; ignorar esa realidad es suicidarse”.

La Universidad Politécnica que nació y creció en la Valencia de los años setenta, se convirtió, sobre todo a partir de la mitad de la década de los ochenta, en la universidad que la Comunidad Valenciana necesitaba, en la universidad que le era precisa. La intuición de Justo Nieto, quizá un olfato especial, vio que había dos entes —universidad y sociedad— que necesitaban acoplarse especialmente. Y actuó de catalizador para que muchas energías dispersas se concentraran a la hora de empujar un objetivo más intuido que planificado.

Las cosas salieron bastante bien. Hubo sintonía entre una institución académica nueva y una sociedad que, hacia 1989, cuando empezó a vislumbrarse el brillante horizonte que aguardaba a Barcelona, Sevilla y Madrid en el año 1992, sintió no solo que necesitaba una autovía con Madrid, y la llegada del AVE, sino elementos que configuraran un porvenir moderno.

“En nuestra modesta opinión, los más importantes problemas de una sociedad que quiere ser moderna no son los económicos. Los problemas más importantes son los que tienen que ver con la cultura cívica de dicha sociedad, o sea, con el ejercicio responsable de sus derechos y deberes como ciudadanos de derechos, para que las instituciones, todas las instituciones, sepan que están al servicio de la sociedad que las alimenta y, de deberes, para que a su vez la sociedad dignifique a sus instituciones con recursos adecuados. Una sociedad no puede llamarse moderna hasta que sus instituciones funcionen al servicio de la sociedad”.

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