La Memoria Serena

Francisco Pérez-Puche

La primera charla con Justo Nieto acordamos que tuviera un tono más formal y académico, en base a un guion establecido. El profesor había anotado los elementos que consideraba más relevantes.

Usted fue rector de la Universitat Politècnica de València entre 1986 y 2004. Un grupo de docentes y gestores de ese periodo están uniendo ahora su esfuerzo en un ejercicio de memoria colectiva. ¿No cree que hay un riesgo de olvido en la vida de las instituciones?

El posible riesgo no es el olvido por pérdida de memoria, sino el olvido por pérdida de personas. Han fallecido en este intenso periodo que usted cita, personas como José María del Valle, Juana Portaceli, Eduardo Primo Yúfera, José Luis Montalvá, José María Ferrero, José Luis Guardiola, Eliseo Gómez-Senent, José Manuel Benet, Vicente Serradell, Roberto García Payá, Enrique Hernández, José María del Rivero, José Martí Dolz, José María Andrés, Vicente Hernández, Agustín Alfaro… Les recuerdo, entre muchos otros, porque fueron destacados actores de esta historia que se pretende escribir, y porque sus aportaciones hubieran sido especialmente valiosas. También como homenaje a todos ellos, se debe escribir la historia de esas seis legislaturas.

Sin embargo, poner tiempo y perspectiva, es como incorporar un bálsamo que nos hace más humildes y menos soberbios, con más serenidad y con menos tensión.

Empecemos ese ejercicio de memoria, pues… ¿No le parecen demasiadas seis legislaturas como rector? ¿Es bueno ejercer poder tanto tiempo?

A escasos dos años de haberme incorporado a la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la UPV, se crearon algunas escuelas más de ingenieros industriales en España. Los colegios profesionales creyeron conveniente que los directores de las mismas fueran ingenieros industriales, catedráticos de ingeniería. Yo fui invitado, deseado y cantado en jotas, para hacerme cargo de la Escuela de Zaragoza. Fui y les dije que en pocos días me presentaba a las elecciones de director de la Escuela de Valencia, en la Universidad Politécnica de Valencia. Me eligieron aquí y, lógicamente, no fui a Zaragoza.  Con el rectorado de la UPV, me pasó algo parecido. Se creó la Universidad Politécnica de las Palmas y me pidieron que formara parte de un trío de donde se seleccionaría al futuro rector (comisionado) de dicha Universidad.  También aquí fui invitado, deseado y aunque no hubo jotas ni isas, fui y les expliqué lo que, a mi juicio, serían las fortalezas de una universidad entre tres continentes, sobre todo, para la formación a la carta, postgrados e iniciativas emprendedoras. También les dije que me había presentado a las elecciones de rector de la UPV y que estas tendrían lugar en unos días. Resulté elegido rector en esta casa, y así comenzó mi primera legislatura.

Pero luego hubo algunas más…

En la segunda y siguientes me hacía tres preguntas previas a las elecciones y si la respuesta era afirmativa me decidía a presentar mi candidatura.

Vamos a recordarlas…

La primera era: “¿Me sigo reconociendo, me ha cambiado el “sillón”?”. Esta pregunta se debía a que tenía muy claro, que mi estado o estatus natural no era ser rector, director de escuela o catedrático; me decía que tenía que estar preparado para volver a guardar cabras si llegaba el caso. Si la respuesta era afirmativa, pasaba a la segunda: “¿Me quedan cosas por hacer o aportar a la UPV?”.

La respuesta era obvia, porque siempre está todo por hacer, hagas lo que hagas, incluso siempre hay más que hacer que había, pues a medida que haces aumentan las posibilidades del hacer. La tercera pregunta era “¿Me querrán?”. Era la más complicada, sobre todo en las dos últimas elecciones, la quinta y sexta legislaturas. Pero también me di una respuesta positiva. Tengo una anécdota relacionada con su cuestión: en la propia universidad había electores que, en los debates electorales, me hacían preguntas como la suya y normalmente respondía algo así: “¿Quiere  decir, señor X, que le hubiera impedido a Indurain ser cinco veces campeón del Tour?”.

El poder y sus tentaciones

¿Y qué hay del poder?

Respecto del poder le diré que nunca he creído ni he querido tener poder, más bien he querido tener respeto y, para eso, siempre he creído que hay que compartir el poder, delegar, apoyar y corresponder con respeto al poder delegado y al delegado del poder.

Intente dibujar la universidad española de ese momento y, dentro de ella, la UPV…

A pesar de que cada situación es susceptible de empeorar, el punto de partida, o el estado de la universidad, cuando accedí al rectorado, no era demasiado brillante. Éramos una universidad pequeña y desconocida, y aunque suene contradictorio, un poco acomplejada y un poco orgullosa. Un vicerrector me decía que éramos como “la otra” en la canción de Doña Concha Piquer. Recuerde: “Yo soy la otra, la otra, que a nada tiene derecho…” El espacio público y político lo ocupaba la Universidad de Valencia, de la que procedían los cargos representativos más importantes, ocupados por abogados, economistas, médicos, jueces, filósofos, sicólogos, políticos…. 

Veníamos de un plan de semestres que no era precisamente un modelo de racionalidad. Había una estructura “de castas” superior e inferior, ingenieros y peritos, muy poco propicia a colaborar. Una idea extendida por toda la universidad española era que, en la universidad, porque se investiga se enseña, siendo la investigación, muchas veces, a mayor “gloria del autor”. El mismo vicerrector me decía que era investigación narcisista porque solo la leía el autor; algo de poca utilidad a corto plazo, porque la Universidad no podía prostituirse haciendo cosas para las empresas… El mismo vicerrector me decía que había que proclamar que lo útil es bueno.

La institución era joven todavía… ¿Cuántos alumnos tenía en 1986?   

Teníamos unos 12.000 alumnos, escasa plantilla de profesores y personal de administración y servicios, escasa dedicación del profesorado a la universidad, porque muchos de ellos trabajaban en empresas, ejercían libre profesión o bien vivían en otra ciudad o provincia. También había una arraigada cultura de dar suspensos. Y no solo en la UPV. Se hacía muy poca investigación, salvo honrosas excepciones.

Observé que tenía a mi disposición dos espacios de operaciones o ámbitos de actividad, prácticamente intactos, que no eran, en general, de interés universitario. Me refiero a la sociedad real o próxima valenciana: por ejemplo, autónomos, pequeñas y grandes empresas, sectores productivos… Y, por otra parte, teníamos el mundo, todo el mundo, especialmente Hispanoamérica.  Otro de los valores de la UPV era la excepcional brillantez de muchos de los alumnos que a ella llegaban, de “la cantera”. Eso era algo que ya conocía de mis diez años anteriores en la ETSII; que de cualquier pueblo de la Comunidad Valenciana llegaban alumnos con la férrea voluntad de superar la fama de “dura” que tenía la Politécnica, y con una capacidad matemática y analítica extraordinaria, amén de otros mimbres artísticos e intelectuales. Y por si faltaban valores, también llegaban de otras partes de España personas muy brillantes que se quedaban prendadas del ámbito de acogida de la Comunidad Valenciana, y muchas de ellas ya no volvían a su tierra.

Hábleme de ese principio: una institución pegada a la tierra.

El primer principio ideológico fue intentar hacer realidad la tarea primera fundamental de una universidad, que es estar al servicio de la sociedad próxima en dos importantes acciones: primera, formando egresados para su inserción con dignidad en la sociedad; es decir, que el ingeniero se coloque de ingeniero, no de becario, de manera, y como consecuencia, que el punto de inserción crezca en valor añadido. Y segunda, generar y transferir conocimiento a la sociedad próxima.

 Para esto se necesitaba crecer como universidad en un factor de cinco por lo menos; aumentar la plantilla y su calidad y sin duda crecer en autoestima, autocrítica y ambición. El segundo principio ideológico era cómo hacer posible el primer principio. Para ello nos impusimos una “línea roja”: funcionar dentro de la legalidad vigente. Esto, que parece una obviedad, no es tal, pues téngase en cuenta que no habían existido leyes que estuvieran a favor o que facilitaran conectar la Universidad con necesidades de la sociedad, y la LRU (Ley de Reforma Universitaria), recién aprobada, tampoco era muy ambiciosa, lo que hacía prácticamente difícil la transferencia de conocimiento. Si se me permite el símil, diría que estar dentro no significa estar en el centro; más bien estábamos en lo que se denomina la “holgura de la frontera”, o sea, aprovechar con oportunismos las oportunidades de la legalidad vigente. 

En situaciones así, la actuación no tiene referentes…

Una práctica habitual de proceder era someter el problema, el reto, al test del “sentido común”. Algo así como: “Si la realidad no coincide con el sentido común, pues peor para la realidad”. Le pondré algunos ejemplos: ¿Cómo puede haber asignaturas en las que solo se apruebe a un 5% de alumnos, si este es el porcentaje, como mínimo, de los alumnos que aprobarían con nota alta sin necesidad de profesor? No puede ser. Y actuábamos en consecuencia. Otra cuestión: ¿Cómo puede un profesor además de dar clase y hacer convenios de Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+I), hacer tareas administrativas, pagos, cobros, adelantos, pleitos… No puede ser. Y actuábamos en consecuencia. El profesor solo ha de trabajar de lo que sabe, nos dijimos.       

Era un tiempo creativo, sin duda. 

Nos propusimos apoyar todas las ideas y propuestas que nos llegaban, porque decíamos que en el conjunto de todas las ideas están las buenas, y no podíamos permitirnos el lujo de despreciar alguna por si acaso era buena. El método de “validar” tales iniciativas en “tiempo real” era imaginárselo funcionando. Y si nos “contagiaba” su ilusión por la iniciativa le decíamos: “Adelante, sin problemas, que si nos necesitas estaremos contigo para ayudarte”. Con eso conseguíamos que los profesores trabajasen en lo que les gustaba, querían y sabían hacer, en contra de lo que era habitual, que los rectores desearan un modelo de universidad a su imagen y semejanza.

Esto nos llevó a generar dos tipos de infraestructuras,  las facilitadoras de tareas, trámites, adelantos de tesorería, aspectos legales, etc. y las específicas para dar servicios a sectores productivos concretos, como laboratorios de medida y homologación, CTT, CFP, ENCIS…. En poco tiempo, pasamos de unos pocos convenios al año a dos convenios a la hora con empresas, de unos 12.000 alumnos a 35.000 alumnos presenciales y otros tantos de formación continua. Y, sobre todo, pasamos a tener muchos miembros de la comunidad universitaria felices y trabajando, que también ese era un objetivo fundamental. Tal es así que la universidad siempre estaba disponible día y noche, todo el año, para el que necesitara ir por razones de su actividad. También estaba abierto el despacho del rector, para todo el que lo necesitara, así como para la firma de documentos que, normalmente se firmaban en el acto.

No hay logro pequeño

¿Qué logros considera más importantes?

Con los logros pasa como con el ahorro, que no hay ahorro pequeño; todo logro es importante. Y lo que es más importante, es un logro conseguido por toda la comunidad universitaria. Así es que me referiré obviamente a logros generales. El primero fue conseguir una universidad de tamaño adecuado y calidad reconocida, querida, respetada y comprometida con la sociedad próxima. Conocida y relacionada, asimismo, en el mundo entero y pionera en muchos frentes.

El segundo fue la transformación de las escuelas universitarias en superiores (o la fusión, en su caso) dignificando los estudios, aumentando la calidad de estas y acabando con la dicotomía superior-inferior. Creo que fue y aún sigue siendo la única universidad de esta característica en España.

Y se crearon no pocos centros nuevos…

Se crearon el Campus de Gandía con diversos centros, la Facultad de Administración y Dirección de Empresas, la ETS de Ingenieros de Telecomunicaciones, la ETS de Topografía como centros convencionales. Y entre los no convencionales:

fuera de España creamos cuatro. En Colombia, la corporación COINNOVAR; en Uruguay, la fundación DECOSUR; en México, el Centro VEN, y en Cuba, el centro CETA. Se crearon en colaboración con universidades y entidades empresariales y de investigación de los respectivos países, para impartir formación de postgrado, doctorados y convenios diversos de I+D. El propio ministerio español reconoció en una de sus memorias que la UPV hacía más actividad en toda Hispanoamérica que todas las demás universidades españolas juntas.

Pero en Valencia teníamos la Ford…

Creamos la Escuela de Ingeniería Técnica en Ford Almusafes. Un centro privado de la empresa Ford, ubicado en la factoría y adscrito a la UPV, por lo que teníamos la venia docendi para formar ingenieros a pie de cadena de fabricación. Era un centro único de estas características en el mundo, de bajo número de alumnos, para trabajadores y futuros trabajadores de Ford y de otras empresas del sector. Estoy convencido de la importancia que tuvo este centro, junto con un máster, también con Ford y la Universidad de Anglia, para “fijar” a Ford a Valencia, en un momento delicado respecto al futuro de la factoría.

Por otro lado, estuvo el mundo árabe…

Nació el centro MUST con la Universidad de Ajmán, de los Emiratos Árabes Unidos. Ubicado en el Campus de Vera de la UPV estaba destinado a alumnos de origen árabe, con formación en inglés y con títulos mixtos dobles oficiales de las dos universidades en informática, electrónica y empresariales. Era la primera vez que en España se configuraba un centro así.

Por otra parte, estuvo la adscripción de centros privados a la UPV. Estamos hablando de un tiempo en el que lo “privado”, universitario y no universitario, estaba muy “mal visto”, por decirlo suavemente, en la universidad española. Recuerdo, en el inicio del Consejo de Universidades, a los cuatro rectores de las universidades confesionales (creadas por decreto de erección en virtud del Concordato con la Santa Sede), alguna de ellas tan importante como la de Navarra, que se sentían ignorados por los rectores de las universidades públicas. Nosotros adscribimos periodismo, diseño, veterinaria, etc. del CEU San Pablo, con lo que las primeras generaciones de periodistas valencianos fueron de la UPV. También adscribimos empresariales de la actual Universidad Católica, escuelas de enfermería, etc.

¿Qué más acciones destacaría de su periodo?

Creamos nuestros propios programas, PROPIO y CANTERA, de captación de “cerebros”, tanto de “la cantera” de nuestros mejores alumnos como de personas, sobre todo investigadores, de todas partes. Por otra parte, ubicamos tres Institutos del CSIC en nuestra universidad: el de Tecnología Química, el de Biología Molecular y Celular de Plantas y el Instituto INGENIO. Esta medida, junto con una política de creación de nuestros propios institutos universitarios de investigación y la creación de la Ciudad Politécnica de la Innovación, permitieron que la generación y transferencia de conocimiento mediante la investigación y el desarrollo tecnológico fueran muy importantes. Otro ámbito en el que fuimos pioneros fue el relacionado con las ciencias biomédicas. Campos como el de J. María Ferrero, A. Mocholí, P. Vera, M. Robles, M. Monleón, … han generado nichos de desarrollo importantes.

Pero todo estudiante lo que quiere es alcanzar un empleo remunerador…

Eso es evidente. Fue un logro importante. Nosotros teníamos un lema ­­—“el primer empleo forma parte de nuestra responsabilidad”— y ello era así porque teníamos la convicción de que la medida de lo que hacíamos, o la calidad de una universidad, era buena si nuestros alumnos encontraban empleo; y esto sucedería si formábamos para lo que demandaba sociedad. Nosotros decíamos que si desde el parvulario hasta su titulación universitaria —aproximadamente unos 20 años de formación y de “marear al nano”— no éramos capaces de egresarlo con una formación demandable por la sociedad, un conocimiento de la globalidad o reglas del juego de su espacio de operaciones, que era el mundo, y una actitud adictiva a seguir formándose, pues tendría que reciclarse varias veces a lo largo de su vida… habíamos fracasado como Universidad. 

Por ello desarrollamos programas de innovación educativa: dudo que haya una universidad con tanta actividad de formación del profesorado y de modelos de innovación educativa como hubo en la UPV.  Desarrollamos asimismo un intenso programa de prácticas en empresas llegando a que uno de cada dos alumnos hiciera una estancia en una empresa, estancias normalmente pagadas, y de formación a la carta para demanda empresarial específica. También ubicamos un Centro de Empleo en convenio con el INEM que lograba unos 2.000 empleos al año. 

Los “honoris causa”

Su mandato se hizo famoso, por así decirlo, a causa de los nombramientos “honoris causa”. Hábleme de la intencionalidad de esos galardones.

Arrastrábamos la fama de universidad “dura” y nos pareció conveniente apostar por personas de méritos relevantes que no hubieran sido muy dignificadas con honores, no ya en la Comunidad Valenciana sino en España y por autoridades del arte, de las letras y de las ciencias más “blandas”. La UPV no había investido ningún doctor “honoris causa” hasta que llegamos nosotros, salvo un intento de una propuesta “política” que fue rechazada por la Junta de Gobierno, en legislaturas anteriores. 

El primer “honoris causa” lo investimos en el Palau de la Música y fue el maestro Rodrigo, en una memorable jornada, donde Narciso Yepes nos interpretó el Concierto de Aranjuez. Fue un gran acto; en aquellos tiempos y en nuestra opinión, el maestro Rodrigo era injustamente considerado. Otros “honoris causa” fueron: Valentina Tereshkova, la astronauta, el cardenal Tarancón, Luis García Berlanga, los premios Nobel Saramago, Samuelson y Modigliani, Adolfo Suárez; Valdivia, el español de los “problemas abiertos”, Fernández Ordóñez, Alicia Alonso, Montserrat Caballé, ambas en el Palau de la Música, Muna Al Hussein, Vicente Ferrer, Darío Maravall, Francisco Lozano, Kisshomaru Ueshiba, Norman Foster, Colaluchi, el restaurador de La Capilla Sixtina, el poeta Rafael Alberti, el oceanógrafo Cousteau, Santiago Grisolía, Santiago Calatrava, Mayor Zaragoza, José A. Marina, Nicolás Redondo y Marcelino Camacho, entre otros. Normalmente se investían unos dos doctores “honoris causa” por año académico.

Una universidad técnica que se acerca a la cultura. ¿Cómo se veía aquello?

Nos sentimos especialmente orgullosos de esto. A un valenciano, Agustin Andreu, teólogo y filósofo del CSIC, exjesuita, al que, en mi modesta opinión, bien podría llamársele el Luis Vives de nuestro tiempo, tuvimos el honor de encargarle la creación de un Aula de Humanidades y la responsabilidad de ofrecer una oferta humanística a la comunidad universitaria. Durante mucho tiempo se asumió que, para debatir sobre Ortega, Machado, Zambrano, Leibniz… había que ir o estar en la UPV, tal era el magisterio de Agustín Andreu. Organizó congresos internacionales y editó decenas de libros y monografías; su aportación al prestigio mundial de la UPV sobre estos temas ha sido muy importante.

Mientras tanto, otra rareza, si me permite el término: el campus se llenaba de escultura moderna.

El objetivo de una universidad no es competir  con los museos de una ciudad; pero, en nuestro caso, teníamos una Facultad de Bellas Artes en el Campus de Vera, campus que era propicio para situar esculturas, teníamos mecenas para conseguirlas, una ley que permitía destinar un  pequeño porcentaje de las obras y edificaciones, para embellecimiento del entorno y, además, contábamos con las retenciones salariales por huelgas  que siempre las hay y que en esta casa se aplicaban tales retenciones… iniciamos una política de  traer o ampliar obras de maestros, consiguiendo tener, sin duda, el mejor museo moderno de esculturas al aire libre en una universidad. Igual pasó con las obras de pintura de profesores de la facultad y artistas en general, conformándose un Fondo de Arte, que hoy “inunda” los diversos edificios de los campus UPV.

En cuanto a la cultura en general, tanto los vicerrectores correspondientes, como los centros eran muy activos en programar ciclos de cine, de teatro en varios idiomas, conferencias, una falla de la UPV, las fiestas del Patrón, … A juicio de muchos, la cultura, como “angustia de los sentidos”, nos salía por los poros, cosa, por lo demás muy valenciana, esto de trabajar sin medida cuando hay que trabajar, y disfrutar de la fiesta cuando esta llega.

Y todo eso, sin olvidar los deportes.

Este también fue un logro importante. Se suele decir que la función crea al órgano, pero también el órgano suele crear la función. Teníamos una juventud ávida por hacer algún tipo de deporte y unas instalaciones deportivas que estaban diciendo “comedme”. Así las cosas, fuimos la única universidad española con velódromo, una piscina cubierta “casi” olímpica —le faltó una calle—, un campo de baloncesto cubierto para cuatro partidos simultáneos, dos campus de fútbol, uno de ellos elevado, ciclismo, atletismo, vela, rugby, trinquete, gimnasio, pistas de tenis, rocódromo, montañismo de altura… tal era así, que fuimos distinguidos con el prestigioso Premio Blume al deporte.

¿Qué le ha quedado por acabar o qué cosa le hubiera gustado hacer?

Lo que se consigue hacer o podemos hacer, es algo así como la diferencia entre lo que nos gustaría hacer y lo que las circunstancias nos impiden hacer. Sin embargo, cualquier logro es positivo. Nosotros hemos tenido la suerte de que, bien paso a paso, incremento a incremento, o bien, de forma más radical, hemos logrado hechos significativos. En este sentido se podría decir que no nos ha quedado nada por hacer que hayamos podido hacer en cada momento.

Dicho de otra manera, lo que no hemos hecho es porque no lo hemos intentado o porque las circunstancias lo han impedido. Por tanto, su pregunta solo tiene sentido si se circunscribe a la sexta legislatura, durante el tiempo que, en teoría, podía haber sido rector si no me hubiera marchado a “la política”.  Podría darle un enunciado de algunas cosas que me hubiera gustado hacer en esa legislatura, porque “ya tocaba hacerlas”, aunque no hay ninguna garantía de que las circunstancias nos hubieran permitido realizarlas.

¿Por qué en cierto momento se le conoció como “el tendero” y por qué se habla también del año en que vivimos peligrosamente?

La primera cuestión es anecdótica y poco conocida. Nada más llegar al rectorado nos preocupamos para que la UPV fuera amable, cómoda y con servicios, cosa que yo había visto en algunos campus de Estados Unidos; queríamos que la comunidad universitaria se encontrara a gusto y feliz. Empezamos a poner concesiones de tiendas de todo tipo:  tarongeria, peluquería, material deportivo, papelería, librería, parafarmacia, banco, caja de ahorros, oficina de DNI y pasaporte, oficina de correos, agencia de viajes, cafeterías, floristería…. A un eximio director general le pareció ofensivo que “privatizaramos y banalizáramos” el alma mater con aquella especia de zoco. Y de ahí viene lo de “el tendero”. Pero poco después empezaron a imitarnos en toda España.

La segunda cosa a la que alude es más dramática y tampoco fue un escándalo, aunque, como digo, fue mucho más grave y al final quedó reducida, como se dice, a “agua de borrajas”. También, cuando llegamos al rectorado, la UPV era la única universidad española que quedaba por cumplir una reciente normativa estatal que equiparaba las horas docentes de problemas y laboratorios a la hora de teoría. Es decir, los profesores de la UPV, por cada hora de problemas y de prácticas de laboratorio que impartían, eran contratados, y por ende cobraban, como media hora. Creímos que podíamos regularizar la situación y sacamos a concurso unas doscientas plazas de profesorado que hacían falta. Resuelto el concurso y los profesores dando clase normalmente, la misma dirección general, la de las tiendas, nos advirtió que no existía coste autorizado para tal fin. 

Hoy no hubiera podido ocurrir, pero entonces, el coste autorizado aún dependía del ministerio y había una cierta confusión al respecto. El director general de referencia nos apretó las “clavijas” insistiendo en que anuláramos el concurso y echáramos al profesorado. Yo ofrecí “mi cabeza”, es decir, ofrecí dimitir de rector e irme de Valencia, pues empezaba a crearse un clima irrespirable, pero me negué a anular los contratos al profesorado contratado que, por demás, era necesario por ley. El problema lo resolvió el ministerio, poco después, cuando se descubrió que otras universidades catalanas y andaluzas también estaban fuera del coste autorizado. De ahí viene lo del “año que vivimos peligrosamente”.  Algunos colaboradores, vicerrectores …, sabemos de buena tinta, pues tinta sudamos, que ese apodo describe fielmente la situación que vivimos hace muchos años.

La política

Ha mencionado usted su salto a la política, en 2004.  ¿Volvería a ser Conseller de Empresa, Universidad y Ciencia?

La respuesta es sí, lo volvería a aceptar si estuviera en las mismas condiciones que entonces. Fue un honor. La consellería que se me ofreció fue una propuesta ambiciosa, pues incluía toda la empresa, el comercio, la exportación, los polígonos industriales, la artesanía, la calidad, toda la industria, las universidades, los institutos tecnológicos, la ciencia, los conservatorios, las asociaciones empresariales… Pensé que podía ser bueno para toda la Comunidad Valenciana y para las universidades valencianas. No podía negarme.

¿Cuál es, a su juicio, el mayor error cometido como rector? O dicho de otro modo: ¿qué no volvería a hacer?

Las decisiones se toman con el conocimiento tácito y el conocimiento disponible en cada momento. Y en mi caso, además, con los límites de la legalidad vigente y el llamando sentido común, como ya he mencionado. Es como rellenar una página en blanco con las mejores intenciones y propósitos, esperando que se cumplan. El resultado puede no ser el esperado, pero eso es el vivir, y yo, ni quiero tener cero defectos, ni me arrepiento de haber vivido. En todo caso, el buen sentido aconseja valorar los riesgos y las consecuencias y ver si son asumibles. Por tanto, hay que aprender de los posibles errores que, por cierto, en innovación, es de lo único que se puede aprender, ya que al ser la innovación un proceso de seducción por novedad, no se puede aprender de lo que no existe aún… Hay que aprender de los errores, aunque hay que afinar para que no existan y a vivir trabajando y a trabajar viviendo, que eso es la vida. O al menos, así me lo parece.

Hablemos de deudas: ¿le debe algo a la UPV? ¿Y la UPV, le debe algo a usted?

Se supone que no nos debemos nada, pero reconozco que me siento en deuda con la UPV porque yo he cobrado tres veces por ser rector. Primera, por hacer el trabajo que tenía la obligación de hacer, segunda por disfrutar haciéndolo, que es otra forma de cobrar, y tercera por sentirme querido y también reconocido con honores y premios.

¿Cuál cree que ha sido su aportación personal más importante a la UPV, en estas seis legislaturas?       

Hay poco de personal de un rector en los logros y mucho en los errores de una universidad. En general, los saltos conceptuales en el desarrollo de una ciencia proceden de genios y visionarios; en el caso de una empresa o institución, el progreso creciente lo consiguen equipos con personas fiables al frente. Este ha sido el caso de  la UPV, en donde el papel del rector y su equipo consistió,  en general, en crear políticas e infraestructuras que facilitaran la tarea de personas y equipos, dar seguridad, eliminar trabas y tareas inútiles, abrir frentes nuevos… En definitiva, hacer que el trabajo de hombres, mujeres y niños de la UPV  —no se olvide que tenemos , desde el principio, una “escola de estiu” y un “parvulari”— sea eficiente, emocionante,  adictivo y feliz.

Sin embargo, hay algo poco conocido, pues me pareció oportuno sobrellevarlo a solas mientras pudiera, y de lo que me siento personalmente orgulloso. Considero que es mi aportación personal más importante a la UPV, y fue el evitar que la UPV, digámoslo eufemísticamente, se politizara extraparlamentariamente. Hubo varios intentos de desnaturalización en este sentido, con sus vicisitudes asociadas para tal fin, como se me reconoció ante testigos, por los ideólogos correspondientes. Téngase en cuenta que hablo de un tiempo, mis primeros años de rector, en donde la valencianía estaba “mal vista” en casi todas sus manifestaciones. Tuvimos suerte y “el golpe” no tuvo éxito.